¿Las postrimerías del caos?

La situación política de nuestro país viene evolucionando a peor ¿pueden las movilizaciones sociales lograr un giro?
Newton Mori Julca (Perú)
Nuevamente la situación política generada desde los espacios de control de los poderes del Estado y de la política, articulada en camarillas o grupos de interés privado disfrazados de intereses nacionales, nos lleva a repensar la política en nuestro país.
Pablo Macera definió la situación del Perú, en la década de los setenta, como un “burdel”. Fuera de las réplicas y aclaraciones que suscitaron en su momento, su reflexión apuntaba a poner de manifiesto el uso del poder para prostituirse a intereses espurios. Sin embargo, ese arreglo entre poder, instrumentos de movilización social y economía, se guiaba por grupos sólidos en cuanto a su interés y horizonte, con visión programática que permitía abordar su análisis a partir de la correlación de fuerzas; hoy en cambio, la actual situación de nuestro país dista mucho de ello.
El Perú es un chongo, en el sentido de divertimento e irresponsabilidad, de interés irresponsable que no obedece a proyectos ideológicos, de ahí el constante ensayo de alianzas, dimes y diretes, de compromisos y acuerdos que duran lo que duran las pasiones sin convicción que hemos espectado entre la vacancia presidencial y la elección de Francisco Sagasti.
Un chongo, porque en esta situación de burla y de desorden ¿quiénes se benefician? ¿Qué intereses más allá de los congresistas vacadores se están alineando? ¿Cómo evitar que esta situación se exprese y prolongue luego de las elecciones de abril y las delirantes listas presidenciales? ¿Cuánta sangre se ha de necesitar en las calles para lograr entender que necesitamos una pronta transfusión sobre las pérdidas, no de hoy sino desde siempre? ¿De cuántos jóvenes incapacitados por la represión policial se requiere para comprender la incapacidad de quienes han capturado la acción política en nuestro país?
La situación no va a mejorar con las elecciones del próximo año. La corrupción como estructura de las relaciones políticas y sociales se encuentra plenamente articulada y naturalizada en nuestra sociedad. Discutida y condenada desde los espacios que no cuentan con poder o control de los medios para combatirla, ocurre que una vez que se accede a los espacios de poder y con los medios para poder controlarla y afrontarla se termina reproduciéndola y aprovechándola para construir redes de clientelaje ¿Por qué? Ya desde la época colonial los diferentes informes sobre la administración de las colonias ponen en evidencia estos procesos y cómo de manera particular el virreinato peruano las leyes se acataban pero no se cumplían. La república no ha significado un gran cambio sino su plena entronización. En este panorama, si los pueblos indígenas o las poblaciones afroperuanas llegan al poder ¿podrían significar un cambio en esta situación? Consideramos que no.
Imagen: Agricultores protestan en la carretera Panamericana en rechazo a la Ley de Promoción Agraria (AFP)
Las explicaciones son diversas, pero consideramos que el principal factor es no haber construido procesos fuertes a partir de ideologías aglutinadoras que conlleven a una praxis social, a una “moral” en el sentido de coherencia entre lo que se predica y lo que se hace; pero sobre todo, construir redes de poder y formular una propuesta de producción y economía que se basen en paradigmas distintos al lucro propio, a las cifras macroeconómicas y a la explotación/destrucción del medio ambiente.
El poder y la corrupción se han convertido en las caras de la moneda de cambio de la política, pero de la política mal entendida y peor ejecutada, para la cual es necesario los líderes carismáticos, elocuentes y de bolsillo de payaso y de una población desentendida de la política, obligada a votar y a elegir candidatos tan lejanos en su representación como en su capacidad de escucharlos y de comprender sus problemas.
Como respuesta, la indignación es potente en su capacidad de movilización pero insuficiente en su posibilidad de dirección hacia cambios estructurales. La política, ahora huérfana de sentido y vilipendiada en su utilidad, requiere convertirse en nuestro lenguaje, en darle lustre y convertirla en moneda de cambio de ideas y propuestas, de ilusiones y utopías, de horizontes que nos planteen retos colectivos, tal vez imposibles y titánicos pero que lejos de desanimarnos por los objetivos que se plantea, nos insuflen de esperanza que… aunque avanzando tan solo un paso de manera colectiva, ese esfuerzo sea más importante como legado a quienes darán los siguientes pasos para continuar.